sábado, 10 de mayo de 2008

Emigrantes de bata blanca

Investigar en España resulta una misión casi imposible: Seis jóvenes científicos nos cuentan su experiencia

En la carrera de un investigador, la licenciatura es el principio del camino. Le sigue el doctorado. A éste, dos o tres posdoctorados en el extranjero. Con suerte, alcanza la estabilidad laboral a los 40 años. A veces vuelve a casa, otras no. En la mitad del trayecto, seis científicos miran atrás y hacen balance.

Al levantarse, David Soler (Bioquímica ’02, Biología ’03) mira el termómetro: -20º en Ohio (EE. UU.). En Montana Javier Ochoa (Biología ’00) reconoce haberse sentido “muy bien acogido”. A Laura Muiño (Medicina ’04) no le costó adaptarse a los holandeses. En cambio, Ainhoa Mielgo (Biología ’00) asegura que ser extranjero no es fácil. Por eso, en Minnesota (EE. UU.) Jesús Bañales (Biología ’04) se apoya en sus compañeros.

Como Ujué Moreno (Biología ’98). Ella llegó a Glasgow (Reino Unido) en 2004 con un contrato de tres años en el Centro de Investigación Cardiovascular (GCRC). Su objetivo: convertirse en una investigadora eficaz “con amplitud de miras”.

El latín de los científicos

Jesús Bañales apenas ha aterrizado en Rochester (Minnesota, EE. UU.). Durante los próximos dos años, su misión consistirá en aprender las técnicas para analizar una enfermedad renal hereditaria que se desarrolla en la infancia y mata al 30% de los niños que la padece.

Al igual que Jesús, Ainhoa Mielgo es la única española en su laboratorio. Desde abril, el Moores Cancer Center asiste a sus pesquisas sobre el impacto de la caspasa 8 en el neuroblastoma, un tipo de cáncer que afecta a la población infantil. Opina que estar fuera de casa supone un esfuerzo extra “muy valorado en el currículo profesional, donde también anotamos el dominio del latín de los científicos: el inglés”.

Laura Muiño comparte esa misma lengua. Desde hace 12 meses trabaja en el hospital Onze Lieve Vrouwe Gasthuis. Con las horas invertidas, empieza a vislumbrar resultados en la tesis. Pronto asistirá a su primer congreso para mostrar si la prilocaína guarda relación con la metemoglobinemia, una enfermedad respiratoria que afecta a algunos bebés.

Trabajar con armas biológicas

La herramienta de trabajo de Javier Ochoa es más peligrosa, un arma biológica en potencia”. Su laboratorio, la Montana State University (EE. UU.) fabrica vacunas contra patógenos como la yersinia pestis. El manejo de estas sustancias requiere, en ocasiones, calzarse la escafandra o usar filtros de aire; aunque no impide que Javier disfrute de Montana.

Precisamente tiempo es lo que le falta a David Soler. Asentado en la Kent State University (Ohio), intenta averiguar cuál de los dos isoformas de la fosfatasa PP1 gamma permite la fertilidad en ratones. Asegura que en su mundo “no existen fines de semana”. Sin embargo, su blog demuestra que mantiene intacta su máxima: “Nunca perder el contacto con tu gente”.


Si consigue plaza de investigación, Ainhoa Mielgo (1) volverá a España; David Soler (2) sabe que le restan años fuera de casa, como a Laura Muiño (3), feliz de trabajar con niños, pues son “iguales en todo el mundo”. Javier Ochoa (4) alaba las condiciones de los laboratorios extranjeros. Para Ujué Moreno (5) “también cuentan las ganas de aventura”. “En general, se trata de aprovechar al máximo”, concluye Jesús Bañales (6).

Del blog de e-ciencia

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